Reconocer el impacto del trabajo que hacemos es una manera de lograrlo, pero necesitamos hacerlo de manera más ágil e inmediata, cuando no podemos percibir un gesto tan espontáneo como el agradecimiento o una sonrisa.
Si lo observamos con precisión, el propósito es el alma de una compañía, y siempre ha estado allí, en cada una de ellas. Sin embargo, ciertas dinámicas corporativas, el crecimiento o coyunturas comerciales pueden hacer que este rumbo se pierda.
Ojala que usar una mascarilla nos recuerde que todos somos vulnerables, que el virus nos enseñe a no distinguir, como bien sabe hacerlo. Ojala que la “nueva normalidad” signifique, además, el principio del fin de otras enfermedades, como la homofobia y la discriminación, que nos ayude a entender que lo desconocido o diferente no es una amenaza, sino un regalo de nuestro ecosistema social y cultural. Esa cura no está en los laboratorios, está en nosotros.
En una organización encontraremos distintas éticas individuales que deben adecuarse para crear una cultura propia que permita esta convivencia. Por ello, la organización puede establecer el tipo de conductas que, desde su punto de vista, se deben potenciar y/o evitar dentro de su entorno.
La transformación digital llegó para quedarse y con ella el desafío de adaptar las organizaciones a su lógica dinámica y transformadora, como un statu quo líquido en redefinición constante. Esta realidad ha provocado que la tensión entre organizaciones optimizadas para la predictibilidad de tiempos pasados y el mundo impredecible de hoy lleguen a su punto de ruptura.