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02/04/2018 – 3 minutos de lectura
Por Rafael Tamames
Nota del editor: Fragmento del libro ¿Qué Robot se ha llevado mi queso?, de Rafael Tamames, recientemente publicado por la Editorial Planeta.
A punto de entrar en la tercera década del siglo xxi, hablar de Inteligencia Artificial es casi un lugar común, algo diariamente repetido, pero poco profundizado. Los robots son cada vez más sofisticados e «inteligentes» y se han convertido en nuestros compañeros de viaje por los laberintos de la vida. La digitalización, la automatización y la virtualidad han llegado para instalarse en nuestro devenir cotidiano y en los modos en que nos relacionamos los unos con los otros.
De esta manera, la Inteligencia Artificial ya no es sólo cosa de las películas de ciencia ficción. La ciencia ficción es un género que fascina porque al ser humano siempre le preocupa el futuro; pero es una fascinación que combina tanto el interés como el temor. Por eso, estas películas siempre se nutren de abundantes elucubraciones científicas y tecnológicas, llenas de imaginación y creatividad, pero también de argumentos apocalípticos e incluso terroríficos.
De algún modo, podemos decir que la ciencia ficción nos coloca al borde de un abismo desde el cual se siente el vértigo por el futuro, y este vértigo es una sensación muy poderosa.
Desde “Una odisea en el espacio” de Stanley Kubrick a “Matrix” de las hermanas Wachoski, pasando por “Terminator” de James Cameron, y llegando hasta populares series de televisión como “Westworld” o “Black Mirror”. Son muchos los ejemplos dentro del género en los que se transmite ese temor de la rebelión de la tecnología contra el hombre, pero también es cierto que en la mayoría de estas historias parece dejarse un resquicio de esperanza abierto para la acción humana. Siempre un hilo de esperanza: la esperanza en que el ser humano será capaz de sacar lo mejor de cada situación.
Precisamente, ese interés por el futuro y esa fascinación por los cambios que se avecinan (y que son mayores y más inmediatos de lo que a menudo pensamos), acompañados, también lo admito, de ciertos miedos muy humanos, o más bien diría en mi caso, de cierta preocupación sana ante la incertidumbre, han motivado mi proceso de investigación y escritura.
Personalmente, lo que me interesa es esa idea del cerebro y la inteligencia en relación con la tecnología, porque si la tecnología condiciona sobremanera este mundo tan cambiante, acelerado e incierto en el que nos desenvolvemos, también incide decisivamente sobre nuestro propio pensamiento, nuestra imaginación y creatividad, nuestras relaciones personales y nuestra organización social, y nos obliga a reajustar continuamente nuestro cerebro.
Es un proceso dinámico, y no podemos permitir que la inteligencia humana se agarrote o estanque, porque justamente creo que nuestra inteligencia se haya en un momento clave en su proceso de evolución.
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