16/04/2021 -  3 minutos de lectura Por Mónica Ramírez

Existe una frase que me roba la tranquilidad cuando la escucho: “no sé dibujar”. 

Se me ocurren mil razones para contradecir este argumento, pero lo primero que siento es frustración. En mi formación académica en artes y comunicación visual, yo también llegué a decirme eso mismo, comparando mis creaciones con las demás, viendo como mis profesores hacían sus trazos con tanta confianza y facilidad. Con el tiempo me di cuenta que no todo lo que hacemos tiene que ser una obra de arte, a veces simplemente es una expresión personal o una forma más efectiva e universal de comunicarnos. 

Con más frecuencia de lo que pensamos, las cualidades artísticas se atribuyen a algo intrínseco, que se lleva en la sangre o bien, se cree que aparece mágicamente en nuestro cerebro. Cuando publico en Instagram alguna ilustración siempre sobran comentarios diciendo que quisieran tener ese talento, como si yo también fuera parte de ese acto de magia que llaman dibujar.

 

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Al crecer perdemos esta habilidad de solo sentarnos a disfrutar de nuestra imaginación y explotar nuestra creatividad con un lápiz y papel. Dejamos de pensar en la importancia que esta actividad tuvo en nuestra infancia, en la que puede tener ahora, y no lo continuamos porque como muchos me han dicho “de eso no vas a vivir”.  No todo lo que hacemos tiene que llegar a ser una fuente de ingreso o de validación por parte de nuestro entorno, pero dibujar sí puede ser una herramienta laboral, un best practice de un proceso creativo, un puente hacia nuevas ideas. 

Si lo vemos desde una perspectiva de trabajo, no hay que tener un puesto de diseño o ilustración para poder aplicarlo en el día a día. En mi caso, mi desempeño como diseñadora se relaciona directamente con mis habilidades y el “buen ojo” que tenga para plasmarlo en mis diseños. Sin embargo, esto va más allá del rol de diseñador, ¿qué sucede cuando tenemos una idea muy buena pero muy poco tiempo para contarlo? La sintetizamos con mapas, esquemas y, así es, dibujos. De palito, en lapicero, en una hoja suelta, no importa el medio, sino la necesidad que tenemos de ilustrar nuestros pensamientos, ya que sabemos que es bastante acertado el dicho popular que dice que “una imagen vale más que mil palabras”.

Además, ¿qué es un dibujo y cómo saben que no es bueno? Si les digo que todos somos tan artistas como nos creamos, probablemente mis colegas universitarios se enojarían conmigo. ¿Cómo sería posible que todos seamos artistas si no lo estudiamos y practicamos? Bueno, no me refiero a que todos tengamos obras de arte en un museo, pero sí a valorar el esfuerzo que requiere y el resultado de nuestras habilidades independientemente de que su fin sea práctico o estético.

Les invito a hacer un ejercicio, en una hoja de papel dibujen un paisaje, una casa y una flor.¿Ven que no era tan difícil?

Probablemente dibujaron el mismo paisaje con montañas y sol naciente, la margarita con pétalos redondos y la casa con techo triangular y dos ventanas. Quizá no haya atinado al 100% con mis predicciones pero entenderán lo que quiero decir, sabemos dibujar estas cosas de memoria porque nos las enseñaron de pequeños, una fórmula de cómo sintetizar cosas que conocemos pero ajenos realmente a nuestro verdadero entorno. La clave en mi opinión está en observar, imaginar y ser constante. Ni DaVinci, ni Picasso se convirtieron en referentes artísticos de la noche a la mañana. 

Todos sabemos dibujar, pero quizá debamos aprender cómo sacarle el mejor provecho.